30.9.05

60._ Prolepsis

Pero existe un aspecto que es el más importante, a nuestro juicio, de la misión de la Iglesia: la "anticipación" del Reino.
Jesucristo no estaba equivocado: el Reino sí es inminente si se lo ve desde un punto de vista personal, como seguramente lo veía Él.

(Hemos afirmado que la Redención realiza un "bucle" en el tiempo: el espíritu de Dios ha unido el momento final de la historia --el "umbral de la emergencia última"-- con el momento histórico de la muerte/resurrección de Jesús. Podemos concebir, pues, que ante la conciencia de Jesús se abrían dos "futuros", dos vías temporales: una, la que pasa por su muerte y sigue por la secuencia temporal histórica normal; la otra, la que en su misma muerte alcanza la resurrección en el final de la historia. Esta segunda vía es la que llega a ser la más real para él: absorto en ella, habla de una inminencia real y cierta del Reino, que será visible también a los que luego comunique su Espíritu, proporcionándoles una perspectiva y una vivencia auténticamente anticipatoria del fin de los tiempos.)

Para quien lo ve con "los ojos de este mundo", en el tiempo público, universal, faltan miles de millones de años –probablemente-- para la aparición del Reino. Pero para cada persona individual, su resurrección al Reino llega en el momento de su muerte; viene pronto, todo lo más en pocos años, sorpresivamente, inesperadamente tal vez; por lo tanto, debe estar preparada, debe velar y orar, sin dejar apagarse su lámpara de fe, como la festejante que aguarda en la noche la aparición del esposo, al alba. Y para mantener y reforzar su fe y su esperanza estará viviendo anticipadamente la instauración del Reino; para ella, por gracia del Espíritu, el Reino ya está aquí, anticipadamente; ahora mismo empieza su transformación para incorporarse al Cuerpo Místico; su juicio y su conversión están ocurriendo continuamente durante su vida. El Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo están ya presentes en su interior, y en medio de los que se reúnen en Su nombre.

En su última cena con sus discípulos, Jesús les ofreció el pan diciendo: "tomad y comed, esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros". Se refería, en una triple identificación, al pan, a su cuerpo humano actual, y a su Cuerpo Místico futuro; en un acto simbólico anticipatorio --pero auténticamente real--, quien come de ese pan está participando anticipadamente de su muerte: ese cuerpo "entregado"; pero también de su resurrección: incorporándose a su Cuerpo Místico resucitado, tal como había predicho diciendo:"soy el pan de vida venido del Cielo; quien coma de él vivirá para siempre". Y el vino es también símbolo auténticamente anticipatorio, tanto de su sangre físicamente derramada en la cruz, como de la sangre espiritual, la gracia divina, que fluye hacia cada miembro de su Cuerpo Místico.

Hay una palabra griega que significa "anticipación auténtica": "prolepsis", que se usa para referirse a vivencias como ésta. La cena del Señor, la consagración y consumición rituales de pan y vino como símbolos de su cuerpo y sangre, es prolepsis de la muerte y la resurrección de Cristo; quien participa de ella con esta intención está anticipando, a la vez que conmemorando, la muerte y la resurrección de Jesucristo y el advenimiento de su Reino. Es el sacramento de la Eucaristía.

La Iglesia cristiana es, pues, la comunidad --o comunidades-- que, por gracia del Espíritu, vive "prolépticamente" el Reino de Dios. Es ella misma --a pesar de lo indigna que pueda ser de ello-- prolepsis de la Nueva Jerusalén, la comunidad universal de los redimidos que será la Iglesia en sentido pleno. El cristiano vive anticipadamente en el Reino de Dios a través de los sacramentos: "signos prolépticos" de los acontecimientos y dones que se manifestarán plenamente al fin de los tiempos. El bautismo es prolepsis de la muerte (inmersión) y resurrección (emergencia), y de esa nueva identidad depurada --"nosotros mismos"-- que se alcanzará mediante la aceptación de la gracia de Dios. El sacramento de la "reconciliación", "penitencia", o "confesión", es prolepsis del arrepentimiento y el perdón que son requisitos y comienzo de la transformación y la entrada en el Reino. La "comunión" es prolepsis de la incorporación al Cuerpo Místico, a una "carne" y "sangre" espirituales compartidas con todos a través de Cristo --la anacefaleosis--, para la unión eterna con Dios --la apocatástasis--.

La vida sacramental, la oración, la meditación, pero sobre todo la acción justa y misericordiosa a imitación de Jesús, --de acuerdo a su mandamiento nuevo: "amaos unos a otros como yo os he amado"--, y toda forma de actividad auténticamente cristiana, puede adquirir este significado "proléptico", que permite gozar anticipadamente de los bienes eternos, y prepararse para la inminente --en tiempo personal-- venida del Reino de Dios.

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