30.9.05

59._ Peregrinaje y misión

Según iban pasando los años y muriendo las gentes, sin que apareciera el Reino de Dios, se fue planteando inevitablemente la inquietante duda: ¿estaba equivocado Jesús?
Él había dicho que no pasaría una generación sin que todo se cumpliera; pero esa generación había pasado y el Reino no era visible; al contrario, aumentaban las persecuciones y las desgracias.
Entonces fueron asumiendo la convicción de que la venida de Jesucristo, la Parusía, la "segunda venida", tardaría todavía mucho; de que había que ir preparando el Reino poco a poco en la vida práctica, normal, en "este mundo". En vez de quedarse mirando hacia las nubes para ver aparecer sobre ellas al Hijo del Hombre, les pareció ver ascender a Jesucristo hacia las nubes, mientras los ángeles les decían:"¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Él volverá, tal como se ha ido".

Ahora empieza el largo peregrinaje de la iglesia de Jesucristo por la historia, como fue el peregrinaje de Israel por el desierto; vendrán los becerros de oro, las apostasías, las idolatrías, las violencias y los crímenes --muchos en nombre de Dios y de Cristo--; pero también los arrepentimientos, las obras de justicia y misericordia, las oraciones, el maná y las codornices; y al final aguarda --como entonces-- la Tierra Prometida.

La Iglesia deberá trabajar en este mundo por el Reino, llamando a todos a la conversión, proclamando la buena nueva, reforzando la ética que conduce a la humanidad a la consecución de la Novedad Última.

Ciertamente, la presencia del espíritu de Dios en el nivel de emergencia humano, como unas "gotas de providencia en el mar del azar y la necesidad", o como una "voz secreta", guía a la humanidad en su empresa de auto-acabamiento; sin embargo, no deja de ser inseguro su éxito; es obvio que al Espíritu le viene bien un reforzamiento, y no es irrespetuoso afirmarlo, puesto que le viene de Sí mismo.

Es el espíritu de Redención quien acude en refuerzo del espíritu de Creación, siendo ambos dos "momentos" del mismo espíritu de Dios. Como dijimos anteriormente: "no debemos olvidar que al hablar de la Redención estamos hablando de un ‘bucle’ en el tiempo. El espíritu de Dios, actuante en la Redención, refuerza su acción creadora inmanente en la naturaleza, en la humanidad. Dios ‘se realiza a Sí mismo' también mediante la Redención." ¿Podría imaginarse un mejor refuerzo que el aportado por el propio fin para el reconocimiento de los medios que a él conducen?
Así, Dios no nos deja en el riesgo de no conseguir oír su débil "voz secreta", sino que la amplifica y la explica abundantemente: la ética natural, la del "amor a Dios y al prójimo", se completa con la ética de "amaos como yo os he amado"; el rostro ignoto de un Dios sólo plausible se vuelve el rostro revelado del Padre benevolente.

La ética natural, que busca a Dios, conoce la necesidad de contar con los demás. Más aún: es al abrirse a los demás para encontrar conjuntamente la propia realización, que se le plantea el proyecto de Dios. Pero nunca está suficientemente claro, en el concreto desarrollo histórico, cuál es el valor del individuo; puede parecer que cada individuo es únicamente un medio insignificante y enteramente "sacrificable" en aras del "bien común". De hecho, no sólo es inevitable que los individuos sufran y mueran, sino que muchas veces se ve como conveniente. La Historia es "un matadero". La sociedad ha sometido, y somete, a incontables individuos a la opresión y la injusticia.

¿Puede justificarse esto por un futuro brillante y maravilloso para lo que quede de la humanidad? ¿Puede justificarse en nombre de Dios? El Espíritu de Redención que procede del Padre y del Hijo, que fluye desde el crucificado/resucitado, nos da la respuesta: Dios reveló sus criterios; la Iglesia, misionera del Reino, debe proclamarlos para reforzar el desarrollo ético humano y apartarlo de sus extravíos:

Todos los individuos, todas las personas de cualquier época y condición, son "redimibles", son amados de Dios. Toda persona ha sido rescatada por Dios y posee un valor infinito, independientemente de sus méritos o culpas. Toda persona está llamada a la salvación, invitada al Reino, y esto quiere hacerlo Dios respetando su libertad, suavemente, sin imposiciones, amorosamente. Toda injusticia y opresión es contraria a la voluntad de Dios, es un camino extraviado para el acabamiento de la humanidad.

La misión del Reino no puede consistir en sustentar una estructura de poder humano, no puede ser el respaldo de una moral cerrada; al contrario, debe consistir en "fermentar" las sociedades humanas, proveyéndolas de una moral abierta hacia la Novedad Última.

Tampoco puede consistir en el desentendimiento de la realidad terrenal, en un ideal ascético que rechace lo material, lo vital y lo humano para esperar pasivamente un "cielo" ultramundano; debe encarnar en el mundo y en la historia los criterios de Dios benevolente, cargar la cruz de la realidad para llevarla a la resurrección de Jesucristo.